La peste

<< El error está en decir la verdad. En un mundo de mentiras, hay que hablar con mentiras >>



Feliz, un pueblo más que feliz. Otras personas lo llamarían pueblucho, por lo pequeño y corriente que era, sin embargo dicen que en la simpleza está la grandeza y así lo era.
El clima era regular ni tan frío ni tan caluroso. En una palabra: Afable.
Mortalma pertenecía a la región central de su país, pueblo que ha sido olvidado y sacado del mapa. El punto de encuentro del pueblo era una plaza, “plaza Talma”, donde se realizaban los juegos típicos de la zona y se formaban los fuertes lazos del pueblo. Esta plaza a su alrededor tenía distintos pasajes, donde cada pasaje tenía aproximadamente veinte casas, era ahí donde se veía lo pequeño del pueblo. Árboles, juegos, pasto, calles y pocos autos daban vida a Mortalma. Ambiente pulcro y liberado de todo mal… hasta ahora.
En el pasaje cítrico vivía el nuevo mandamás del pueblo, elegido democráticamente, el cual en su discurso juró amar a dicha gente y lugar; también prometiendo dejar la vida si era necesario



No había sido el mejor día para Edén, había perdido y no quería saber de nada ni de nadie. ¿A caso habían descubierto sus malas intenciones? ¿Lo delataban sus ojos?. Convertir Mortalma en una industria y, peor aún, sin dejar huella de gente era malévolo, pensó que todo se había ido al infierno, no obstante el pensamiento el llegó como luz a mente. Sentado en su sillón con un whisky con bastante hielo, su mano helada, ascendió su ceja; mostró una sonrisa radiante y en voz alta: Esto va sí o sí. El no pararía su plan, de hecho estaba recién empezando.


Para Gonzalo ser electo era perfecto, porque convertiría el pueblo en un gran lugar. Sus intenciones eran buenas. Él sabia que si contrincante perdedor, Edén, había quedado molesto y eso era lo que más le preocupaba porque sabía perfectamente que las intenciones no eran buenas.


Yo caminé directamente hacia el centro de la plaza, tenía que dar el discurso de elección y lo mejor de todo es que sabía que tendría un buen recibimiento.
La gente estaba acomodada en sillas, que eran pocas por la cantidad de gente que vivía en el pueblo, a lo largo de roda la plaza. Llevaban grandes, carteles donde decían: GONZALO. YO VOTÉ POR GONZALO. Eso me ponía orgulloso.
Mi familia, papá y mamá, estaban en primera fila.

Era el momento indicado, ahora todo el “pueblucho” estaba reunido en la plaza y sus fines de hacer una industria se podrían concretar hora o simplemente nunca.
La idea de la gran matanza era perfecta: sería “casual”, justificable y no habría culpables.
Soltó el whisky, se dirigió hacia la bodega. Sacó diez jeringas llenas de un líquido verde y veinte frascos pequeños con un líquido incoloro.


Toda la gente, desde menores hasta adultos mayores, ovacionaba a Gonzalo. Pese a todo Gonzalo tenía un mal presentimiento, su sonrisa disimulaba su preocupación.
¿Qué haría Edén? ¿ Cuándo?. Lo acompañaba su mejor amigo por años, que cumplía el papel de asesor personal. Lo sacó del pequeño trance que estaba pasando. La gente coreaba su nombre a un decibel altísimo


Se camufló como partidario de la elección de Gonzalo, se puso al fondo en la última fila de las sillas. Nadie lo había visto aún. En ese momento sacó su celular, escribió un mensaje de texto y lo guardó.
Luego sacó una jeringa, empujó un poco la parte inferior de ésta hasta que saliera un pequeño chorro. En medio de todo el griterío y alboroto, le clavó la jeringa en el cuello de una mujer de unos cincuenta años. Dio un grito que en medio de la bulla fue un perfecto silencio. Lo hizo con cuatro personas más y todas pasaron por un mal trance, ahí los demás se dieron cuenta de lo que ocurría, pero él siguió pasando desapercibido.


Su celular vibró en los bolsillos y lo sacó para ver qué llamada estaba recibiendo. Fugazmente percibió que era un mensaje de Edén. Se fue tras el escenario; que estaba ubicado en el centro de la plaza. Abrió el mensaje: UNA PESTE NEGRA ATACA A TU PUEBLO. HABRÁ MUERTE. TIENES UN ANTÍDOTO EN TU CHAQUETAM PERO NO ES SUCIFICIENTE, YO TENGO MÁS. ¿QUÉ HARÁS PARA SALVAR A TU PUEBLO?. SUERTE.
El mundo se le vino encima, sabia que esto sucedería. Llego Emilio, su asistente y amigo, diciéndole que había ocurrido algo en la última fila:
¡Qué se alejen! ; gritó Gonzalo. La hecatombe comenzaba.
Se apuró en llegar al final, otro mensaje de texto llegaba. Se detuvo a mita de camino.
PRIMERA PRUEBA: ES UNA PESTE, POR LO TANTO, CONTAGIABLE. SEPARA AL PUEBLO DE LOS CONTAGIADOS. ¿QUÉ HARÁS CON EL ANTÍDOTO, SERÁ PARA SAL O LA DE OTROS?.
Le dio la orden a Emilio que toda la gente se tenía que alejar. Ambos tendrían que solucionar el gran problema.


Esperé tanto tiempo por esto y al fin llegó el momento. Morirán todos y mi plan se va a cumplir. Lo que más me gusta es saber que voy a tener un enfrentamiento final con el perro ese y el final sería lo mejor.


¡Todos atrás, es contagioso! Gritaba a toda voz Gonzalo, acompañado de Emilio. La muchedumbre parecía preguntarse qué sucedía.
Las cuatro primeras contagiadas recién despertaban del trance y estaban rodeadas por un gran círculo de gente.
¡Más atrás!, insistía Gonzalo. Emilio, aléjate. Preocúpate de esta gente y de su familia. Continúo diciendo, pero esta vez en privado.
Se tiró la manga de su camisa hacia atrás y se clavó el pinchazo de la jeringa; el único antídoto en sus manos lo usó él.



Ambos estaban luchando, en parte el objetivo se había logrado, pero salvarse de esto sería difícil. Sin darse cuenta de las consecuencias contragolpeó y lo lanzó lejos, contra la pared. Ambas miradas fueron aterradoras. Se le encimó sorpresivamente y clavó el líquido verde contra el cuello, presionó el líquido. Él con los ojos incrédulos sintió el traspaso de líquido. El fin había llegado. Era el fin para él.
Todo acabó, salía de la casa cuando el sonido retumbó en casa, retumbó en el aire y retumbó en su espalda.


No sabía si era una buena estrategia, lo que sí sabía era que debía salvar a su pueblo. Se acercó a las cuatro personas y les explicó lo que sucedía. Ellos estaban pálidos y tenían dos horas de vida. Les dijo que debían estar alejados de los demás y que él conseguiría más antídoto cuando llegó el tercer mensaje del día:
PARA TENER DOS ANTÍDOTOS MÁS, DEBES SACRIFICAR A UNA PERSONA AL CONTAGIO.
¿Quién debía ser?. Llamó a Emilio, en secreto le dio algunas instrucciones y por lo extenso de la conversación, eran varias. Por la cara de Emilio, de principio no estuvo de acuerdo pero luego accedió.
Emilio, sin cuidado y antídoto alguno, se acercó a cuidar a las cuatro personas.
El pueblo no entendía nada, luego Gonzalo les dijo que tuvieran resguardo con Edén y todos se preocuparon. Le explicó lo sucedido y todos se alarmaron.
Un nuevo mensaje de texto llegó.
LOS ANTÍDOTOS ESTAN EN EL BOLSILLO DE LA PERSONA, QUE ESTÁ AL FRENTE TUYO.
Buscó a esa persona y la encontró. Para precaución la alejó de todos.
Todo era confuso, nada seguro y no había certeza alguna sobre lo que ocurriría.
El primer antídoto se lo entregó a una de las primeras cuatro personas infectadas. El otro… el otro fue para Emilio. Él sería vital para lo siguiente.
Nuevamente su celular vibró.
TE ESPERO EN MI CASA. AHÍ TENDRÁS TODOS LOS ANTÍDOTOS O NO TENDRÁS NADA. SÓLO TÚ Y YO.
Habló con Emilio, el pueblo recuperó cierta calma.
Lo siguiente era de vida o muerte.
Llegó a la puerta de la casa de Edén; la puerta se abrió. No había nadie. Al frente Gonzalo, ya ubicado en el living, aparecía la silueta de un hombre aplaudiendo y sonriendo altamente a la vez. El día se volvía álgido, el viento resoplaba. El viento chocaba contra las hojas, eran enemigas perfectas de la tarde.
Y en casa de Edén había aire de almas con miedo, almas con envidia, almas descomunales.
¡Te felicito, haz llegado al lugar!; dijo Edén con una sonrisa.
Tú morirás, como van a morir todos ellos, continúo mientras que su sonrisa se fue con el viento.
Gonzalo exigió los antídotos, sin embargo Edén se los negó y lanzó la frase típica de él: Sobre mi cadáver. Aquella frase le daba placer.
Quieres esto y Edén enseñó los antídotos.
Gonzalo se acercó a Edén; Edén se alejó.
Edén de un momento a otro tropezó con su alfombra. No se cayó. Fue un descuido, ahí Gonzalo se acercó a él, trató de quitarle el remedio a todo.
Ambos peleando en la alfombra en ese momento apareció Emilio, como en un plan perfecto, y le robó los antídotos a Edén que tenía en la mano, ahí Edén sacó un revolver. ¡ARRANCA!. Le dijo a Emilio. Cuando se disponía a disparar hacia Emilio Gonzalo desvío la trayectoria y la bala se fue al techo de la casa. Emilio se fue con los antídotos. La pistola se fue lejos del alcance de los dos.
Ambos estaban luchando; en parte el objetivo se había logrado, pero salvarse de esto sería difícil. Con valentía Gonzalo se atrevió y contragolpeó a Edén y lo lanzó lejos, contra la pared. Ambas miradas fueron aterradoras. Se encimó sorpresivamente contra Edén y clavó el líquido verde contra el cuello, presionó el líquido. Fue una sorpresa para edén. Él con los ojos incrédulo sintió el traspaso de este líquido.
El fin había llegado. El fin para Edén llegó.
Sintió que se desvanecía.
Gonzalo se paró, lamentando todo. En la esquina venía Emilio, seguramente a ayudarlo. Le dijo que esperara afuera.
Todo acabó, salía de la casa, cruzaba la puerta cuando el sonido retumbó en la casa, retumbó en el aire. La bala salió de revolver yéndose en contra del viento llegó a la espalda de Gonzalo.
El último esfuerzo que tenía Edén lo ocupó en matar, él luego se desvaneció y seguramente moriría, era cuestión de minutos.
Gonzalo cayó de rodillas dando frente a la calle, a Emilio y a la gente que se aproximaba a la casa. Incrédulos miraban el hecho. Empezó a sangrar por su estomago, un líquido rojo le manchaba la camisa y se expandía en esta. Su pechó se desplomó en el aire y como perdonando al viento cayó en seco contra la tierra. Aún todos incrédulos.
Ese día fue una tumba el pueblo, tal como lo era Comala en Pedro Páramo, no había ruido, había aire de muerte, de pena y de miedo. Sólo se sentía el choque del aire con lo sólido.
Años después en “plaza Talma”, en su centro, habría un reconocimiento que destacaba al héroe del pueblo, que de llamarse “Mortalma” se llamó “Gonzalo”.
Y años después continuarían llorando la muerte de él; celebrarían cada aniversario y cada cumpleaños. Nunca más hubo otro mandamás igual, tampoco lo habría; siempre se recordaría a Gonzalo por haber salvado, Hasta entonces “Mortalma”, de la gran PESTE.

Proyecto para lenguaje: "CUENTOS HUMANISTAS".
IDEA ORIGINAL: El agente del caos.

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