El asesino de El Salobral
Las historias de "Cuando la realidad supera la ficción"
Para aquellos que creen que estoy loco y
para aquellos que aún no ven, ni creen, que la realidad de hace bastante superó a la ficción
para aquellos que aún no ven, ni creen, que la realidad de hace bastante superó a la ficción
***
- ¡Señor Sandoval, entréguese! Está totalmente rodeado.
- ¡No! No me entregaré. Yo no hice más que amarla.
- ¡Usted la mató! Usted mató a esa niña...
***
- La ha reventado. ¡Con cuatro tiros, la ha reventado! ¡A mi niña! ¡Yo
sabía que esto iba a pasar y lo dije! ¡Lo dije y nadie me hizo caso!
Ahora ya es tarde. No quiero las lágrimas de nadie, de ninguno de los
que le reían las gracias al asesino, de ninguno de los que vio lo que
pasaba y no hicieron nada. De nadie. Solo yo y los que yo quiera vamos a
enterrar a mi hija- lanzó en el profundo, elocuente, silencio de aquella situación devastadora-.
Uno
Las miradas cómplices, los miedos fundamentados, los amores injustos, extraños, se hacían presente bajo la mirada de los dos.
- Te amo- le decía Sandoval a Matilde -y lucharemos contra esto. Saldremos juntos adelante.
La pequeña solamente lo miraba y cerró los ojos por dos segundos. No sabía si era lo correcto o era un disparate.
Con un ademán de sonrisa fingida aceptó las palabras de él.
Algo no andaba bien, pensó Sandoval. Algo estaba cambiando. Eso no le gustaba.
Sandoval, con cuarenta años, había conocido a Matilde cuando ella tenía doce años. Fue un amor a primera vista lo definió él cuando le contó su madre. Su madre, para la extrañeza de muchos, lo comprendió. Conquistó a Matilde por el lado más común que tenían ambos: la música. De ahí en adelante supo cómo lograr que ella lo tomara en cuenta.
Se había decidido esperarla un año más, ya que donde vivían, El Salobral - España, ese amor no era delito cuando la o el menor cumplía trece años. Ahí, según la justicia de España, los menores tendrían consciencia sobre las relaciones que llevaban a cabo.
Ya habían pasado dos años. Ella tenía catorce y él cuarenta y dos. La relación se había tornado extraña.
Esa noche Matilde se retiró sin expresar los sentimientos que solía expresar. Esa noche eran las últimas horas con vida de la niña.
Dos
El día estaba nublado, grisáceo, la lluvia se avecinaba como el caos que pronto llegaría.
Sandoval decidió ir a visitar a su pequeño amor a la escuela.
- Te he traído esto, toma- lanzó sonriente el hombre frente al regalo que le entregaba a Matilde-.
- No lo quiero. Esto se acabó- cortante-.
- Eres igual de puta que tu madre- ahora con un dejo de rabia-.
- Y tú das pena con una niña de catorce años como yo.
Aquellas últimas palabras de Matilde provocaron un instinto terrorífico en Sandoval. No aceptaba las palabras, no las quería. Quizás la culpa, la interferencia eterna de la madre de su amada tendría relación con eso, pero aun así no dejaría que esto terminara así de fácil. No ahora, por lo menos.
- Si tú no estás conmigo no estarás con nadie, ¿Oíste?- mientras se alejó con la mirada baja y perdida-.
Sin dudas sus palabras no eran parte del azar. Sin duda el caos ya se había instalado en El Salobral y era recién el comienzo.
Tres
Ese día amaneció más oscuro y gris que el anterior. Sin duda la lluvia ya llegaría en cuestión de horas.
La rabia, desesperación y la locura por aquel amor lo tenían confundido.
Si no está con conmigo, no estará con nadie. Si no está conmigo...
La mente de Sandoval estaba llegando a límites.
De reojo miró las armas que había adquirido desde pequeño. Le gustaba disparar y el tiro al blanco, los practicaba desde pequeño y su puntería pocas veces fallaba.
Su mente se estaba nublando. Su locura se estaba encendiendo.
Subió a su habitación, abrió su armario, sacó un pantalón y una polera de militar con líneas asimétricas negras y verdes. Luego fue hacia el espejo del baño, se miró.
Sus ojos ya estaban perdidos, su mente estaba volando. Su mente estaba con la sensación de caos. El caos de sus pensamientos ya había llegado.
Juntó sus dedos, de ambas manos, índice y dedo medio, luego los hundió en el betún y esos dedos, con la forma junta que tenía, los pasó horizontalmente en su cara. Traía la apariencia de Rambo, esa noche iba a ser Rambo.
***
El teléfono de casa suena.
El corazón de la madre tembló, recorrió un escalofrío en su cuerpo.
- Mami, tengo frío y está lloviendo mucho- con voz entrecortada y de un niño asustado que necesita cobijo -. Pero...
- ¡Hijo! Hijo, ¿qué hiciste? ¿Dónde estás?- asimilando todo lo sucedido-.
- ...pero estoy bien, no te preocupes. Yo solo quer...
La frase de Sandoval no alcanzó a terminar. La batería del teléfono, para su mala suerte, se había acabado. Su madre quedó helada, quedó inconclusa, quedó con miedo. Esa fue la última vez que habló con su hijo.
***
Rambo miró su fusil y su pistola de 9 mm. La batalla estaba por comenzar, aunque todo estaba en manos de ella. Si decidía volver, nada ocurriría.
Metió ambas armas en una mochila angosta y larga. Se dirigía a su moto.
Matilde acompañada de su amiga iba en dirección a su casa. En el día anterior había hablado con su madre, le había prometido que había terminado toda relación con Sandoval y además ella había comenzado asistir a terapias psicológicas en virtud de su ayuda. Su madre quedó más tranquila, pero no del todo. Había tratado de denunciar la relación que mantenía su hija, en aquellos tiempos que su hija quería estar con Sandoval, pero la justicia nada pudo hacer, ya tenía trece años y estaba consciente de sus actos. No se lo dijo, pero no tenía una buena sensación, quizás las cosas aún no estaban cerradas del todo y no se imaginaba de lo que era capaz Sandoval. Ya no tenía rabia por la relación de su hija, ahora tenía miedo por ella.
Rambo Sandoval se subió a su moto y se puso la mochila con las armas en su espalda. Se puso el casco.
Matilde le comentaba a su amiga que le estaba empezando a gustar un chico de su curso.
Rambo emprendió el viaje en su moto a toda velocidad.
Matilde y su amiga cruzaban por el Parque Santo. Un lugar con juegos, áreas verdes, muchos árboles, y asientos para disfrutar en familia. Estaba con bastantes niños y adultos.
Rambo tomó rumbo hacia el trayecto de la escuela a casa de Matilde. Iba decido: era de él o de nadie. El destino final lo llevaría al Parque Santo.
Cuatro
El Parque Santo estaba acompañado por múltiples almas de diversas edades. El cielo ya de gris pasaba a oscuro, la lluvia, con unos ínfimos goterones, ya se hacía presente en el lugar.
- Ariel, vamos. Se está poniendo a llover- le dijo una mamá a su pequeño hijo-.
El proceso lo repitieron varios padres que tuvieron que llamar a sus hijos por el temporal que se avecinaba, haciendo lo mismo las parejas del parque.
Una señora, sobrepasando evidentemente los noventa años, vestía roñosa, a destiempo y con combinaciones burdas, notándose que se ponía lo primero que ocupaba en la calle. Un par de calcetas rozadas, rotas en los dedos, acompañadas por unas chalalas, mientras que más arriba lo completaba un vestido de múltiples colores a des tonos. Tenía una gran joroba, también una cara de agotada con pómulos caídos, con manchas en su rostro. Ese rostro moreno, cansado, abandonado, de esos muertos que viven. De esos que desgraciadamente viven para morir antes de vivir e incluso ya viviendo. De esos perros botados en la calle. Ni ganas de pedir dinero tenía. Pese a la lluvia, la señora permanecería ahí.
Rambo desde lejos divisó a Matilde. Rambo venía preparado, Rambo estaba listo.
Cinco
El reloj de la madre de Matilde marcaba las 19:20 hrs., el de la madre de Sandoval también. El día ya marcaba esa hora inolvidable.
Sandoval en su moto divisó de lejos a Matilde, recién caían los primeros goterones de la tarde y en el Parque Santo la gente ya se preparaba y llamaba a sus hijos para retirarse.
Presionó su bota negra contra el acelerador, fijó su mirada perdida, su mente aislada, su rostro loco, su cara inolvidable, su línea negra horizontal en el pómulo y su vestimenta militar, y se plantó en busca de explicaciones que el amor nunca lograría responder.
Frenó en seco al lado de Matilde que venía conversando con su amiga.
Matilde lo miró con extrañeza, miedo y sorpresa. Su rostro pintado y sus ojos perdidos no le traían buenas noticias. Trató de seguir el camino con su amiga.
Estaban frente al Parque Santo.
- Tenemos que hablar- dijo Sandoval con voz trémula y seria-.
La pequeña Matilde que estaba próxima a emitir sus últimas palabras ya estaba cansada de la situación y de él. Tenía un rostro agotado.
- No. No tenemos que hablar nada tú y yo- lanzando sus últimas palabras-.
La mente de Sandoval terminó de jugarle la peor pasada de su vida, la peor locura de amor -si aquel acto se podía llamar limpiamente amor-. El día se había vuelto agrio, las nubes ácidas, el viento áspero y el sonido silente. Pasó un vaho tibio, de esos que no te anuncian ni la tragedia ni muchos menos la felicidad. El día gris solo era un anuncio de los hechos, de aquellos hechos que carecen de racionalidad y tampoco se llenan de irracionalidad. De esos hechos que son solamente hechos, de esos que se juzgan y no se entienden. La inocencia se aspiraba fuerte en el parque, la inocencia conjugada con la de todos aquellos que verdaderamente la tenían y que Matilde alguna vez que quiso perder, esa inocencia que esperaba recuperarla y lo estaba haciendo. El cielo, como si fuera fácil, se esfumó. El cielo, como lo simple de la naturaleza, se fue al infierno y el infierno tomó la ruta directa hacia esos hechos.
En pocas palabras, las heridas estaban por abrir, estaban por sangrar, estaban por explotar. Esas heridas -perras heridas por muchas madres- que no cierran nunca. De esas que solo tienen inicio y carecen de un final.
***
Sandoval dio un paso fuera de la caseta.
Estaba siendo apuntado por varios brigadistas. Estaba esperando su final, quería su final.
Salió con las manos confiadas. Su mano derecha llevaba un revólver. A medida que su bota negra tocó el pasto ya era un indicio del principio del fin.
***
Matilde siguió el caminar en conjunto con su amiga mientras dejaba atrás a Sandoval.
Sandoval no pensó.
Retiró con un movimiento brusco, y lerdo, la mochila angosta de su espalda. Esa mochila que traía hace varios meses, esa mochila guardada, esa mochila llena de sentimientos ocultos, la misma mochila que lo llevaría a la locura.
Sacó su revólver y sin anestesia, con la puntería que siempre lo acompañó y nunca lo traicionó, apuntó hacia Matilde. El dedo no demoró en concretar el acto con el gatillo. El disparo, como quien desea llegar a destino, se efectúo en conjunto de un sonido retumbante, perplejo y dictador.
No había vuelta atrás.
La bala cruzó todo el hombro izquierdo de Matilde, que al mismo instante del impacto su cuerpo se lanzó, con ayuda del áspero viento, hacia delante, mientras los salpicones de sangre salían como una erupción de volcán.
La inocencia de la niña había sido violada por la primera bala.
La hazaña ahí no acabó. De inmediato el gatillo, caprichosamente, dictó el segundo impacto que de lleno dio en el hombro derecho de la menor. El volcán tenía doble impacto y doble erupción. El cuerpo, como alma en pena, ya se iba derribando al suelo con ayuda de ese mismo viento áspero, día agrio, nubes ácidas y sonido silente. La tercera bala sería la maldita, la más cruel de todas y la que acabaría con el problema existencial de Matilde. La tercera bala atacó al problema central del acto: el corazón. La sangre salió por delante pidiendo ayuda inútil, el volcán había explotado en su magnitud y su lava traería una estela de muertos, porque en aquel instante que la tercera bala se lanzó fue ahí mismo cuando sus ojos, inocentes o no, perdieron el rumbo; su cara, linda o no, perdió la figura; su boca, besada por él, tomaba un tono rojo. Rojo de sangre. Ahora sí iba en dirección hacia el descanso, iba en dirección hacia el suelo. La cuarta fue el remate. Fue la locura, la que llevó a todo esto, el impulso de la cordura. La cuarta bala tenía el nombre de cordura. De esa cordura que se había perdido desde que ese amor, avalado por la familia de él y odiado por la familia de ella, se había concretado. El cuerpo por fin, en su descanso y muerte pasionalmente absurda, terrible, ensangrentada y de locura, cayó al suelo. El suelo no dijo nada al sentir el peso de ese cuerpo inocente, el día solo dijo algo con esa lluvia que raramente, de los cinco segundos duró el lanzamiento de esas cuatro balas, pasó a un llover intenso, de esos baldes llenos de agua ácida, de agua injusta, de esos baldes de agua fría que te envía el no sé quién para dar cuenta de lo que ha sido testigo esa tarde.
El acto de las cuatro balas no duró más de cinco segundos. Eso cinco segundos que la acompañante de Matilde no logró a reaccionar, esos cinco segundos que el Parque Santo aún no entraba a entender ni mirar, esos cinco segundos que habían marcado el inicio del caos para Sandoval.
Ni una lágrima en su mejilla traía cuando le dijo al acompañante de la niña muerta:
- A ti, te dejo vivir.
Seis
La amiga de Matilde al oír las palabras de Sandoval plantó una carrera interminable donde sus piernas no tenían control de sí y sus movimientos se habían vuelto descoordinados.
Sandoval, aún con su mente no aclarada, su rabia intacta y su asimilación nula, dejó su pistola dentro de la mochila y a continuación sacó el fusil.
Las personas del Parque Santo al reaccionar con los cuatro disparos se enfrentaron con distintos actuar: unos se escondieron tras los bancos del parque, otros de cuerpo al suelo, mientras otros padres iban en busca de la salvación de sus hijos y otros quisieron simplemente arrancar. El hecho de que la lluvia de un momento a otro comenzara a estallar no pasó desapercibido para ninguno. Ahora los ojos estaban puestos en los movimientos del asesino.
Tenían miedo. En el Parque Santo reinaba un griterío y un silencio al mismo tiempo. El Salobral después de lo siguiente sería otro.
***
Sandoval caminó los primeros diez pasos con inquietud. Para su sorpresa aún no pasaba nada, aún no tenía el final que esperaba.
***
Sandoval sacó su fusil SIG SG 550 y sin aviso ni menos un preámbulo comenzó a disparar hacia el frente, hacia el Parque Santo.
El día se había convertido en fuego y agua, el día se volvía olvidable. El agua que caía desde el negro cielo caía como golpeando la espalda roja, de sangre, de Matilde. Su sangre comenzaba a formar hilillos de formas azarosas en el suelo, el agua, como nunca y siempre, esparcía el dolor por todo el asfalto.
Sandoval miró hacia el frente y comenzó una hecatombe desatada. Disparó hacia adelante y sin ningún resguardo la bala recayó en un padre. Su abdomen, y con la fuerza de la bala, se impulsaba hacia atrás y comenzaba a ensangrentar, mientras su mujer e hijo se escondían tras el banco no entendiendo lo que ocurría.
El segundo disparo alcanzó a dar roce en el brazo de un pequeño de nueve años, su madre trató de interponerse en el trayecto de aquella bala inhumana y fue inútil.
La gente comenzaba a respirar rápido, su corazón a latir descontroladamente y sus miedos en el punto más alto de los hechos; otros arrancaban hacia direcciones contrarias tratando de dejar atrás la estela de fuego y agua que presenciaban.
- ¡¡¡¡Un asesino, un asesino anda suelto en Parque Santo!!!! ¡¡¡Ayuda por favor, ayuda!!!- con la voz trabada, nerviosa y exclamativa decía una madre escondida tras un árbol -y colgó.
Tiró uno, dos, tres disparos sin puntería y ninguno llegó a un destino humano. Esas balas solo cortaban ese ambiente austero, enemigo, de masacre y de hecatombe.
La última bala de su gran locura fue disparada con rabia y con puntería. Cayó directo al corazón.
Aquel vestir roñoso, inmundo, a des tono y con esa cara cansada, pómulos caídos, ojos olvidados, cayeron directo a suelo. La bala atravesó, sin mayor apuro, toda la frente de la anciana olvidada. Aquella bala salvadora, justiciera, pero también en contexto malvado, de locura, había venido a salvar la vida de aquella anciana. Había logrado concretar lo que había sido toda su vida. Había concretado lo que siempre supo que fue: una muerta. La imagen de los pómulos cansados y los ojos perdidos quedó plasmada en aquel asfalto que era testigo y colchón presencial de aquella matanza.
Esa fue la última bala y la más profunda. La hecatombe había terminado.
Sandoval, como prediciendo que pronto llegaría la policía, agarró su mochila y sin su moto tomó rumbo donde él pensó que nadie lo encontraría.
Siete
- ¡No! ¡No! ¡No! ¡¡No, mi niña no!! Dios, mi niña no, mi ángel, no- con gritos, de esos gritos que roban la voz y quebrantan almas. De esos gritos de incredulidad, de un sueño mal vivido-.
La madre de la amiga de Matilde no dudó en contar lo sucedido frente a la llegada de su hija con la cara pálida y con el llanto suelto. Andaban las dos juntas. La noticia de que un asesino andaba suelto ya se rumoreaba por el pueblo.
La policía estaba tras la mamá y tras esos gritos desgarradores. La madre de Matilde cayó al suelo como peso pluma, como una hoja, arrugada en día de otoño, que no tiene nada más que hacer en el árbol de la vida y cae lentamente balanceándose de izquierda a derecha mientras cae al suelo con la esperanza perdida.
- Señora, por favor le pid...- no alcanzó a terminar la frase cuando la madre interrumpió-.
- ¡No! No me diga nada. Esto es culpa de ustedes- se acercaba más al policía -, culpa de su ineficiencia. ¡¡ ¿Quién me escuchó cuando fui a poner constancia? !!- mucho más cerca de él -, respóndanme, mierda. ¡ ¿Quién? ! No los quiero aquí, no quiero su justicia tardía, no los quiero. ¡Váyanse! ¡Yo quiero a mi hija de vuelta, yo quiero a mi niña de vuelta!- mientras con golpes a puño cerrado en el pecho del policía descargaba su rabia e ira de una justicia tardía y un retorno imposible-.
- Necesito saber en qué lugares imaginan ustedes que puede estar escondido el asesino- lanzó otro policía a la familia presente de la menor-.
Ocho
En un día lluvioso y los truenos que se hacían presentes, Sandoval arrancaba. El día y los hechos parecían sacados de una película siniestra, pero era la realidad pura. Se dirigía a la finca de la familia de Matilde, ahí vivían los primeros días de su relación en éxtasis. Quería recordar esos momentos.
Aún Sandoval no se arrepentía de nada.
Llegó a la finca, donde quedaba a treinta minutos de la casa de Matilde. Una finca grande, donde predominaba lo verde, pasto y árboles. Un terreno con muchos matorrales, un terreno por donde fácilmente se puede esconder.
Ya eran las 21:03 hrs.
***
Los policías ya comenzaban el despliegue por los distintos lugares recopilados por la familia de Matilde y Sandoval. La policía cerró los lugares de salida de El Salobral y pidió a los habitantes del pueblo mantener bien cerradas las puertas de sus casas.
La noticia había llenado de pena a la madre de Sandoval, pero como tantas situaciones de extrañezas de la vida, la madre solo atinó a culpar a la familia de la menor, donde según ella por culpa de la madre la relación no se llevó a cabo y terminó en tragedia.
El cuerpo de la menor había sido llevado la morgue, mañana seguramente lo entregarían. No dejaron que la madre la viera tirada en el suelo. La madre de Matilde permanecía congelada e incrédula. Había perdido el habla.
Los policías permanecían introducidos en el caso con un gran despliegue. Unos con la familia de Matilde, otros con la de Sandoval y otros buscando en los lugares mencionados.
***
Sandoval llegó a una caseta escondida entre matorrales. Había una silla y una mesa de madera vieja. El lugar en sí estaba húmedo por la lluvia incesante y frío. Pese a llevar una chaqueta de cuero sentía el frío más crudo que nunca jamás sintió.
Miró su celular, le quedaba una batería mínima. Buscó en contactos y marcó el número de su casa.
El teléfono de casa suena.
El corazón de la madre tembló, recorrió un escalofrío en su cuerpo.
- Mami, tengo frío y está lloviendo mucho- con voz entrecortada y de un niño asustado que necesita cobijo -. Pero...
- ¡Hijo! Hijo, ¿qué hiciste? ¿Dónde estás?- asimilando todo lo sucedido-.
- ...pero estoy bien, no te preocupes. Yo solo quer...
La
frase de Sandoval no alcanzó a terminar. La batería del teléfono, para
su mala suerte, se había acabado. Su madre quedó helada, quedó
inconclusa, quedó con miedo. Esa fue la última vez que habló con su
hijo.
- ¿Señora, era él? ¿Dónde está? Señora, señora reaccione.
- No, no...No alcanzó a decir nada, su teléfono se cortó.
- Rodríguez, revisa el GPS del celular. Ahí lo encontraremos. ¡Rápido, muévete hombre!- se dirigió al otro policía-. Atención, atención. Asesino se contactó por teléfono con la mamá. Repito. Asesino se contactó por teléfono con la mamá- ahora hablando por radio a la central de policías-.
***
Sandoval lloraba, pero no se arrepentía. Se escondió, se acurrucó, en un espacio esquinado, con los brazos cerrados y su llanto se largó.
Él no estaba arrancando, él solamente estaba recorriendo por última vez el inicio de todo. Ahí esperaría que la policía llegara y lo matara.
***
01:37 hrs.
- Lo tenemos. Lo tenemos. Repito. Lo tenemos. Localizamos el paradero del asesino- lanzó por radio el policía-.
- ¿Dónde está? No le haga nada por favor...- exclamó con tono preocupado su madre-.
- Tranquila señora, esa información no se la podemos revelar, pero no le haremos daño. Por lo menos, eso no queremos.
El policía salió de la casa de la madre y lanzó por radio.
- Está en la finca de la familia de la menor. Repito. Está en la finca de la familia de la menor. Quiero a todos movilizados hacia allá. Traten de llevarlo por la buena. No disparen. Por ningún motivo le disparen- fue la última palabra del policía antes de ir en busca de Sandoval-.
Nueve
La policía dando pasos silenciosos, en el barro, mientras la lluvia seguía incesante llegó a la finca.
La madrugada ya se hacía incesante y el reloj ya sobrepasaba las dos de la madrugada. Había sido un día intenso sin ningún respiro. Los policías buscaban por toda la finca y aún no lo encontraban.
***
Sandoval no se había movía desde varias horas. Seguía acurrucado en un rincón llorando y recordando los momentos con su amor. Ya eran las 02: 15 hrs. y seguía ahí como si nada, aún esperando a la policía.
***
La madre de Matilde estaba rodeada de los familiares que llegaron a visitarla. El ambiente era devastador y de profundo silencio. La madre tenía la mirada fija hacia el piso, había perdido toda noción de tiempo y sentimiento. Ya le habían informado que al día siguiente podría tener el cuerpo de su hija y así poder velarla.
Los canales de televisión, gracias a los policías, no visitaron la casa de la madre. El tema había llegado a un punto tan delicado que se había vuelto un tema nacional.
***
La madre de Sandoval estaba sentada en su sillón, preocupada por su hijo. Quizás culpándolo, pero también culpando a la madre de la niña. Su mente divagaba en lo mismo que Sandoval, pero en menor grado.
***
Los policías aún no encontraban el lugar.
- Sigan buscando- mandó el policía jefe del caso-.
Un policía llegó como queriendo contar un secreto y le dijo muy cerca del oído al jefe:
- Encontré una caseta. Lo vi, lo vi por una ventana rota de una caseta. Él no me vio. Ahí está, ahí está.
El policía reunió a todo el grupo y le anunció el lugar. Todos empezaron a rodear la caseta.
Eran las 03: 13, el cielo no dejaba de llorar y el final ya se avecinaba.
Diez
Rambo estaba rodeado de policías. Había sacado ahora último una libreta donde él mismo escribió la historia de amor que formó con Matilde.
- Señor Sandoval, está totalmente rodeado. Le pedimos que deje cualquier tipo de arma que tenga y se entregue- dijo el policía jefe en voz alta-.
Sandoval sintió un apretón en el pecho. Le estaban violando su intimidad con su amada Matilde.
- ¡No! Váyanse. Si no se van, los mato- dijo Rambo en respuesta a la solicitud-.
- Señor..., no haga las cosas más difícil.
Un silencio largo se hizo. Esto no sería nada de fácil.
El policía habló por radio:
- Esto está más complicado de lo que pensábamos. Necesitaremos a la Brigada Especialista para esto. Llámenlos.
La Brigada Especialista tenía más experiencias en casos difícil donde el acusado se resistía a la entrega. Pero no solamente por eso, porque además el caso lo hacía particular, ya que, Sandoval no tenía rehenes y no pedía, hasta el momento, nada a cambio.
La Brigada Especialista se preparaba para entrar en acción.
- ¿Señor Sandoval, quiere pedirnos algo a cambio de su entrega?
- ¡No! Quiero que se vayan- mientras apretaba contra su pecho la libreta de la historia de amor con Matilde-.
El policía prefirió guardar silencio y esperar que llegara la Brigada Especialista.
***
La mamá de Matilde en la misma posición de hace horas y la familia con la misma posición apoyándola. Silencio total, silencio fatal.
***
La mamá de Sandoval aún expectante esperaba en su sillón.
***
04: 29 hrs.
La Brigada Especialista tomaba el caso mientras los policías se alejaban, no sin dejar de resguardar, el lugar.
El jefe de la Brigada dijo sus primeras palabras, gritando y dirigiéndose hacia Sandoval:
- ¡Señor Sandoval, entréguese! Está totalmente rodeado.
- ¡No! No me entregaré. Yo no hice más que amarla.
- ¡Usted la mató! Usted mató a esa niña...
El llanto de Sandoval comenzó nuevamente a expresarse. La lluvia ya había menguado, pero no así el frío.
- Entréguese. Por su bien, el de su familia y el de la familia de la niña.
- Su madre es una puta. Ella tiene la culpa.
Al parecer la relación asesino-Brigada sería más compleja de lo presupuestado.
- Esperaremos que salga sin armas y se entregue. Puede hacerlo- mientras se disponía a esperar y a guardar minutos de silencio-.
***
El teléfono sonó.
Un familiar de Matilde contestó y escuchó atentamente las palabras del emisor. Luego colgó y se dirigió a todos, principalmente a la madre de la niña:
- El cuerpo de la niña. El cuerpo de la niña ya lo pueden ir a retirar.
Los trámites de velorio había sido trabajo por parte de los familiares directo de la niña y eso estaba zanjado. Ahora venía lo más complicado: recibir el cuerpo de su niña.
La madre aún no decía una palabra. Lo último que lanzó fue las recriminaciones hacia el policía.
Ya eran las 05: 51 hrs.
***
Esperaron en silencio, sin bajar las armas ni la expectación por más de una hora, pero Sandoval no dijo nada y seguía llorando aferrado a su libreta.
El policía pensó en cambiar el método. Le pasó un celular y cigarros al policía acompañante. Este se las tiro a ras de suelo para que llegaran justo al costado de Sandoval.
- Toma. Puedes hacer la llamada que quieras y fumar lo que quieras.
- ¡No quiero!
- ¿Qué quieres?
- Que se vayan.
- Eso es imposible. Debes entregarte.
- Mátenme.
- Tú sabes que eso no pasará. No es parte de lo que hacemos.
- Mátenme.
- Hagamos un trato.
Silencio.
- Traeré a tu padre y tío que tanto estimas. Ellos pueden ayudarte a entrar en razón, ¿de acuerdo?- continuó él-.
- Hagan lo que quieran. Yo de aquí no me muevo.
- Salgado, llamen a su tío y padre. Los quiero de inmediato acá.
El llanto de Sandoval comenzó nuevamente a expresarse. La lluvia ya había menguado, pero no así el frío.
- Entréguese. Por su bien, el de su familia y el de la familia de la niña.
- Su madre es una puta. Ella tiene la culpa.
Al parecer la relación asesino-Brigada sería más compleja de lo presupuestado.
- Esperaremos que salga sin armas y se entregue. Puede hacerlo- mientras se disponía a esperar y a guardar minutos de silencio-.
***
El teléfono sonó.
Un familiar de Matilde contestó y escuchó atentamente las palabras del emisor. Luego colgó y se dirigió a todos, principalmente a la madre de la niña:
- El cuerpo de la niña. El cuerpo de la niña ya lo pueden ir a retirar.
Los trámites de velorio había sido trabajo por parte de los familiares directo de la niña y eso estaba zanjado. Ahora venía lo más complicado: recibir el cuerpo de su niña.
La madre aún no decía una palabra. Lo último que lanzó fue las recriminaciones hacia el policía.
Ya eran las 05: 51 hrs.
***
Esperaron en silencio, sin bajar las armas ni la expectación por más de una hora, pero Sandoval no dijo nada y seguía llorando aferrado a su libreta.
El policía pensó en cambiar el método. Le pasó un celular y cigarros al policía acompañante. Este se las tiro a ras de suelo para que llegaran justo al costado de Sandoval.
- Toma. Puedes hacer la llamada que quieras y fumar lo que quieras.
- ¡No quiero!
- ¿Qué quieres?
- Que se vayan.
- Eso es imposible. Debes entregarte.
- Mátenme.
- Tú sabes que eso no pasará. No es parte de lo que hacemos.
- Mátenme.
- Hagamos un trato.
Silencio.
- Traeré a tu padre y tío que tanto estimas. Ellos pueden ayudarte a entrar en razón, ¿de acuerdo?- continuó él-.
- Hagan lo que quieran. Yo de aquí no me muevo.
- Salgado, llamen a su tío y padre. Los quiero de inmediato acá.
Once
El día, con un sol ingenuo y miedoso, comenzaba aparecer. Las 07:02 apuntaba el reloj del pasillo.
- Tía, los funerales serán a las tres de la tarde- anunció un miembro.
La madre callada, no dijo nada. Ella, según todos entendieron, ya había recibido la noticia. Seguía mirando el suelo, con los ojos olvidados y la mente retraída.
***
- Entren- ordenó el policía al padre y tío de Sandoval-.
Entraron a la caseta y Sandoval seguía en una posición fetal aferrado a su libreta, ahora no lloraba.
- Hijo...hijo, entrégate. No alargues este sufrimiento- fueron las primeras palabras del padre-.
Sandoval en silencio.
- ¿Qué pasó? Hazlo por mejor. Ya verás que te recuperarás y te saldremos de esta- continuó su tío-.
Sandoval en silencio.
De pronto hizo un ademán de querer agarrar sus armas.
Los policías se acercaron a la caseta.
Su mano quedó a medio camino. Desistió.
- Váyanse- fue lo único que les dijo.
- Hijo...
- Váyanse.
- Pero...
- ¡VÁYANSE!
Con un grito espacioso y haciendo eco en ese día tímido y catastrófico. La situación seguía tensa y complicada.
- Retírense, mejor que se retiren- dijo el brigadista-.
Lo dejaron solo. Decidieron que el cansancio, del pasar de las horas, que de paso ya se hacía presente en ellos mismos, pero más en Sandoval, fuera un detonante para que se entregara. Ya llevaban nueve horas de conversaciones inútiles. Eran ya las 10: 17.
***
El cuerpo de Matilde había llegado en esa carroza larga y fatídica.
Los periodistas de noticias se agolpaban a la salida de la casa.
- Por favor, retírense. Cómo no entienden este dolor- dijo un familiar-.
La madre de Matilde hizo su primer movimiento después de la pelea con el policía: se levantó del asiento y sin decir una palabra se fue al asiento acompañante de la carroza. Iba en dirección al cementerio.
Una multitud de fotógrafos y periodistas hacían lo suyo, pero fue sin resultado.
Ahora sí, iba en dirección al cementerio.
***
11:30 hrs.
No pasaba absolutamente nada. Brigadistas y cuerpo policial cansados con el tema. Aún Sandoval no ejercía ningún movimiento.
Seguirían esperando hasta agotar a Sandoval.
No se rendirían.
Doce
2:45 hrs.
La madre de Matilde se bajó de la carroza y junto a gente extraña, periodistas, algunos infiltrados, y familiares directo de la menor iban en camino al lugar del entierro.
***
Sandoval dejó de aferrarse a la libreta.
Reflexionó por un minuto y luego agarró el revólver.
Los policías reaccionaron a la defensiva ante tal hecho.
- Baje el arma. No le haremos nada.
***
La madre de Matilde, aún en silencio, desde el día anterior, caminaba con esa multitud. No se había duchado ni cambiado de ropa, ella andaba vestida diferente al resto. Todos estaban de negro.
***
- Atento muchachos. No hagan nada si él no dispara.
- Baje esa arma, señor Sandoval.
Sandoval llegó al umbral de la caseta.
Sandoval dio un paso fuera de la caseta.
Estaba siendo apuntado por varios brigadistas. Estaba esperando su final, quería su final.
Salió
con las manos confiadas. Su mano derecha llevaba un revólver. A medida
que su bota negra tocó el pasto ya era un indicio del principio del fin.
El revólver lo llevó a su cien.
- No haga eso, señor Sandoval. No lo haga- exclamó desesperado el brigadista-.
Sandoval caminó los primeros diez pasos con inquietud. Para su sorpresa aún no pasaba nada, aún no tenía el final que esperaba.
Sandoval pensaba que saliendo con el revólver de esa manera todos los brigadistas se lanzarían contra él. Al parecer, en su primera incursión con el exterior, se había equivocado.
El revólver lo llevó a su cien.
- No haga eso, señor Sandoval. No lo haga- exclamó desesperado el brigadista-.
Sandoval caminó los primeros diez pasos con inquietud. Para su sorpresa aún no pasaba nada, aún no tenía el final que esperaba.
Sandoval pensaba que saliendo con el revólver de esa manera todos los brigadistas se lanzarían contra él. Al parecer, en su primera incursión con el exterior, se había equivocado.
Eran las 14: 58 hrs. y se disponía avanzar.
***
La madre de Matilde se plantó frente a un agujero negro y profundo, escondido por un manto verde a sus al rededores. Aún no entendía el porqué de querer pintar bonita la muerte.
Vio el micrófono donde hablarían los integrantes y frente a una multitud de personas, se dirigía hablar por él.
***
14:59 hrs.
No avanzó diez sino veinte y luego entrando en confianza se convirtieron en treinta. Eran pasos con temor, esperando que ocurriera lo que él quería que pasara. Los brigadistas solo apuntaban y preocupados por cada paso que avanzaba el asesino.
Nadie entendía cuál sería el próximo movimiento. Sin saber que sería el determinante.
***
15:00 hrs.
La madre de Matilde se puso frente al micrófono. Todos la miraron. Miró a todos. Había muchas caras que en su vida había visto. Solamente dijo:
- La ha reventado. ¡Con cuatro tiros, la ha reventado! ¡A mi niña! ¡Yo
sabía que esto iba a pasar y lo dije! ¡Lo dije y nadie me hizo caso!
Ahora ya es tarde. No quiero las lágrimas de nadie, de ninguno de los
que le reían las gracias al asesino, de ninguno de los que vio lo que
pasaba y no hicieron nada. De nadie. Solo yo y los que yo quiera vamos a
enterrar a mi hija- lanzó en el profundo, elocuente, silencio de aquella situación devastadora-.
Posterior a eso, explotando todo lo acumulado en toda la madrugada, lanzó un grito desgarrador y se puso a llorar con rabia, pena, impotencia, clamando por su pequeña.
Los que no tenían nada que hacer, avergonzados, se retiraron del cementerio.
***
Avanzó aproximadamente treinta metros. No vio ningún movimiento en los brigadistas. No estaba pasando lo que pensaba. Seguía con su revólver en la cien. Puso su dedo en el gatillo.
Se detuvo en seco.
Al mismo tiempo, a las tres de la tarde en punto, la madre en otro lugar no lejano lloraba por la pérdida una pequeña, con cierta inocencia o no, que dejó un dolor interminable. Su cajón, su cuerpo en calidad de bulto, no era menos pesado que las culpas existentes, que la locura propagada, que la hecatombe desatada y lo gris del día.
Había culpa, había dolor, había impotencia, había término, había inicio, habían heridas, había todo para llegar a esto.
La bala, no justiciera ni celebrada, llegó al mismo tiempo que el cajón descendía para permanecer bajo tierra. Ahí donde muchos recuerdan y nadie olvida. Ahí donde el dolor se siente como alma en pena.
La bala llegó para terminar lo que había sido un día olvidable, nefasto y de olvido. La bala llegó para terminar con un amor incomprendido.
La bala que cruzó la cien de Sandoval daba por terminado ese día agrio, con las nubes ácidas, el viento áspero y el sonido silente.
ooooooooooooh no tengo palabras simplemente me encanto <3
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