Don Nadie
«Emilio: No sé po. Somos hechos consumados, no tuvimos
arte ni parte en nosotros mismos; los hicieron y los dijeron:
"Aquí están, vayan p'allá", pero no los dijeron por qué habían
hecho ni a qué teníamos que ir a ese lao que no conocíamos...
A ese lao donde lo único seguro que había, era que teníamos que
morir.»
Juan Radrigán; Hechos consumados
Don Nadie toma la silla más vieja, con palos secos, y con su caminar lento y pesado se dirige, en un día de sol espléndido, hacia la salida de su casa que da a la calle central del barrio.
Viste algo incómodo: sandalias de cuero barato desgastado y con sus pies igual de negros que el color de ellas.
Negros de suciedad.
Uñas con el borde negro, como cual inversa estética de belleza; unos pies delgados por la excesiva hambre y poco cuidado; unos jeans cortos, cortados a tijera, con manchas de chicle, suciedad y desigualdad; una polera limpia con un dibujo de una persona en tamaño gigante obligando otra en tamaño pequeño, viéndose disminuida, a trabajar; con una barba suciamente blanca y una cara maravillosamente sucia.
Don Nadie se sentó de lleno a contemplar el día que pasaba frente a sus ojos y la gente indiferente -¡cómo no! - que transitaba por la calle. Tenía la sonrisa apagada, los párpados tibios y los pómulos rendidos. Andaba con la disposición baja y la esperanza neutra. La esperanza se neutraliza cuando la desesperanza quiere ganar la batalla.
Agarró con su mano derecha la caja roja de vino, con la izquierda abrió la tapa blanca y de un sorbo se plantó esa medicina que tenía un gusto medio entre lo agrio y lo dulce. Lo comparaba con el sabor entre el pasado y el futuro. Entre el recuerdo y el olvido...Entre la vida y la muerte.
Su mirada se iba perdiendo como los rayos de sol que iluminaban a los que pasaban con indiferencia frente a él. Su perfume con olor fuerte violentaba su cuerpo, tal como violentaba a las personabas que pasaban. El olor a mierda llenaba los vacíos más pudorosos de él, aunque luchara contra la violación era inútil. No se sentía digno de ver el sol, no se sentía digno de sentir, no se sentía digno de vivir.
Los pasos lentos que daba cada día no le alcanzaban para luchar por otro más. Su caja de vino, como quien esposa fiel acompaña a su hombre, era la religión perfecta en quien excusarse. Ella no le reclamaba nada y él recibía con gusto su placer.
Los rayos de sol se acentuaban a medida que la tarde caía. La mirada perdida iba cayendo como las gotas de vino que se ensuciaban en su barba, transformando su apariencia en una repudiable existencia.
Un Perro -el amigo fiel del hombre, dicen -lo miró fijo a sus ojos. Contemplaba una mirada irónica e indiferente a la mirada de Don Nadie. El Perro se paseaba por su lado, mirando de arriba hacia bajo a su contendor, contemplando cada espacio inerte de su cuerpo, cada partícula inmunda de él. Por sobre su lomo El Perro empezó a olfatear el lugar a medida que su rostro se iba desfigurando. Seguramente él no iba ayudarlo, solo venía a disminuirlo, a ignorarlo. El Perro, como cual animal viviente, se fue sin decir un ladrido. Solo con las miradas dijo todo y se retiró con la cola movediza.
La tarde ya comenzaba a pasar frente a los ojos de Don Nadie. Sentía su existencia pesada.
- Hasta los perros tienen mejor vía' que yo. Y aquí 'toy po'. Aquí como quien espera que llegue alguien a salvarme y no pasa na' po'. ¿Aonde' están to'os'? ¡No están po'! ¡Se jueron y me botaron como quien bota un dulce por ahí po'! ¡Esto nunca jue' vía'!
De a poco se iba perdiendo en sus palabras inútiles y no escuchadas. Quién podría tomarlo en cuenta, quién. Cuando se nace Nadie, se muere Nadie. Cuando se nace pobre, se muere pobre. Cuando se nace rico, se muere inerte. Cuando se nace luchador, se muere sin fuerzas. Cuando se nace consciente, se muere inconsciente. Cuando se nace observador con lo que está al lado uno, se muere rendido.
Don Nadie seguía allí esperando que cayera el anochecer como cualquier otro día.
Solamente que ese día, a medida que el espléndido sol se iba cayendo por la montaña, Don Nadie iba caer en desplomo al suelo y en socorro a su vida le llegó la muerte.
Da igual, eso sí, porque el que nace Don Nadie, muere Don Nadie y como tal, nadie nunca se enteró que allí estaba él, su banca y su cuerpo, y que había muerto.
Como siempre haces que mi corazoncito salte con cada cosa que leo, eres y siempre serás el mejor <3 <3
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