Diario de un asesino
De un hermano loco a otro hermano loco:
Para ti, John.
Escribir no lleva a la miseria,
nace de la miseria.
Las puertas del metro se abren de par en par con
violencia.
Un aire frío se mete por cada persona que invade
el repleto vagón de un tren horrendo. El día se reduce a unas simples nubes que
se pasean de un lado a otro en una ciudad donde el sol ya ni aparece. El
frío que entra no sirve de ventilación al putrefacto olor que nace desde las
partes más asquerosa de los que permanecen en el vagón.
Previo al cierre de las mismas puertas violentas
aparece el ruido monótono, uniforme y agotador que anuncia el cierre de
puertas.
Antes de que las puertas se junten bruscas para
el cierre, aparece la figura ágil, sudorosa y bruta del hombre que entra con
apuro para no quedarse afuera. Golpea, formando una cadena humana, a cada
miembro del tren causando la molestia de todos los pasajeros, no logrando pasar
desapercibido.
Las protestas, los comentarios en voz baja y las
miradas en desdén como las miradas que ya se rinden frente al sistema son
objeto de centro para el hombre.
No debe pasar los treinta, con su cabello negro,
que erizado mira el cielo nublando y su altura normal. Una piel que no lo
hace suficientemente moreno ni satisfactoriamente pálido. Un cuerpo
que no se encasilla ni en la gordura ni en la flaqueza. Una nariz que resalta
por su pequeñez y sus ojos particularmente grandes. De pómulos rojizos y de
orejas pequeñas. Y sobre sus labios poco gruesos, pero sí rojizos, se
marca un lunar que lo hace particularmente atractivo. Viste algo atractivo
también. Una camisa de manga larga con cuadrados rojos y negros con unos jeans
oscuros y unas zapatillas color negro.
Y no es que yo como narrador quiera caer en las
particularidades de los hechos ni muchos menos. Es que el hombre ha caído en la
mirada del asesino.
Lo mira con deseo. El asesino está frente a sus
ojos y él no lo ha anotado. El asesino está en un tren y nadie lo ha notado.
Lo miro de pies a cabeza sin resolver por dónde
comienza esa sed y deseo de matarlo. ¿Cuándo un asesino elige a su víctima por
mero capricho? ¡¿Cuándo?! Como si uno matara por gusto y no por necesidad
de hacerlo. ¿Acaso ese hambre de matarlo, triturarlo e incluso torturarlo no te
llama sin previo aviso? Matar no es una opción. Uno no elige matar. No elige
como quien elige la ropa que se pondrá en el día. Uno sabe que debe hacerlo.
Basta con mirar a la persona de pies a cabeza para saber que debe morir, que
debo matarlo porque mi estómago produjo una contracción, una adrenalina y una
tensión; al mismo tiempo que mi corazón comienza a palpitar seguido y casi
sin control alguno. ¡Mis manos sudan! ¡Mis manos comienzan a temblar!
¡Siento un deseo incontrolable, unas ganas interminables de comenzar el
asesinato! Pero matar no consiste en disparar un revólver o cortar la
respiración de la manera más simple. Matar debería ser un arte, como
lo es considerado el cine, la arquitectura o la danza. Matar consiste en
destruir a tu oponente. Y destruir no es matar con un revólver o cortar la
respiración de manera simple. Destruir es acabar con cada parte del cuerpo, del
alma y espíritu del oponente, que tú disfrutes el proceso, que disfrutes el
sentimiento y te excite ver el rostro de sufrimiento. Es la manera
más apasionante de quitar la vida. Porque matar fue diseñado para quienes
lo hacemos y lo sentimos. Y todo eso es el arte más profundo del ser humano: el
deseo de matar. Pueden tildarme de loco, pero no me creo loco o ¿usted nunca ha
sentido ganas de matar? ¿Nunca ha visualizado la muerte de tu oponente de la
manera más grotesca y perversa que nace desde el fondo de tu ser, quien te
anuncia que estás viviendo? Matar no es una locura. Vivir sin matar lo es.
Mirarlo me intranquiliza, hay algo en
su cabello que me hace temblar incitándome a jalarlo. Tirarlo con la fuerza más
bruta que me enciende, que no me deja pensar ni quedarme quieto; jalarlo hasta
que mis dedos estén rojos con la sangre coagulada e hinchada; tirarlo hasta
arrancarle el cerebro si es necesario con el fin de verlo sufrir.
Mis manos siguen sudando con mi corazón que se
contrae y aprieta. Sigue un ritmo cada vez más rápido.
Pum, pum, pum, pum.
A la aceleración de mi corazón se suma el sonido
monótono y chirriante en mi oreja.
Es el anuncio, es el anuncio de que debo matarlo.
Su cara, sus pómulos rojos que deben ser
vulnerados. Ese molesto, estúpido y asqueroso lunar que no tiene nada de
atractivo. ¡Me tortura ese lunar! Desearía extirparlo yo mismo. ¡Un martillo!
¡Un alicate! ¡Mis uñas! Debo extirparlo, con lo que sea debo extirparlo. Su
nariz pequeña en conjunto con sus orejas no me parece nada de tiernas. Deseo
morderlas. Deseo apretarlas con fuerza hasta sacar un pedazo de ellas. Masticar
su piel con el sabor agrio de su sangre. Quiero verlo sufrir, aplastar su
bondad y extirpar su sonrisa. Sus ojos cafés particularmente enormes me
intrigan, algo esconden y deseo sacárselos de la manera más brutal. Quizás con
mis propias uñas o con un cuchillo. ¡Pero que no muera! Que sienta el placer de
no tener ojos, que sienta ese placer infinito que produce el sufrimiento.
¿Quién no siente placer con el dolor? ¿Quién no disfruta con la ascendencia
propia y la descendencia de quien tienes al lado? ¡Ya no aguanto más!
Como hipnotizado camino entre la gente a duras
penas mientras el tren apestoso avanza a una velocidad baja, quiero estar más
cerca de él, quiero respirar su aliento, su aire, sentir su cuerpo frágil.
Me instalo cerca de él, casi al lado, pero con el
rostro de frente.
Siento su respirar agitado. Dentro de
su boca emana un olor fétido que solo logra causar más excitación. Ya no
aguanto más, debo matarlo. Llego a tal cercanía, de tocar su cuerpo
sudoroso que traspasa su camisa manga larga, y eso solo provoca que mi corazón
se agite más, mi estómago se contraiga, que el oído agudice ese horrendo sonido
y mis manos continúen sudando. Ahora es mi frente. Mi frente comienza de a poco
a sudar, mientras mi cuerpo se vuelve inquieto. ¡Ya no resisto!
Al estar cerca de él mi pene comienza a tener una
leve erección, mi grado de excitación de a poco aumenta a medida que mis ganas
de matarlo solo están a punto de estallar. No me preocupo en ocultar la notoria
erección que se marca en mi pantalón porque solo me interesan sus ojos enormes,
su cabello, cara, pómulo, labios, nariz, oreja y ese lunar apestoso. Solo
imagino el cuchillo entrando por su abdomen, donde muera lentamente mientras le
pueda jalar el cabello y le saque los ojos con mis manos, para después morder sus
ojeras y nariz. La erección está en su punto álgido y yo solo necesito dejar
explotar el placer de matarlo. Ese placer y calor que me ataca en todo el
cuerpo, y se expande desde lo más alto a lo más bajo.
Me mira.
¡Por fin!
Chocamos miradas. Lo miro con elocuencia y él me
mira como si no existiera.
¡Ya me verá realmente!
Me mira ahora incómodo y yo lo sigo mirando
penetrante. Ahora mi erección ya no aguanta más. Necesito saciar ese instinto
de asesino que me ataca. Necesito secar mis manos y mi frente con su sangre.
¡Necesito esa sangre derramada por el piso!
¡Y ya no aguanto!
Y necesito acabar.
Empiezo a respirar entre cortado y continuo, casi
con un orgasmo en mi boca. El sonido lo intento hacer bajo, pero más de alguien
lo nota. Cierro los ojos. Los abro. Lo miro. Me mira. ¡Te mataré!
Me miran con extrañeza y no me comprenden. ¿Por
qué no lo hacen?
Y cuando estoy en el punto álgido algo ocurre que
me detiene.
Comienza a bajar.
Las puertas se aproximan a cerrar y cuando
cierran yo me encuentro fuera del tren y a espalda suya.
Camino excitado. Camino con mi erección. Camino
con la mirada fija, con los ojos gigantes y con la sonrisa quieta. Su lunar, su
cabello... Y todo comienza de nuevo a recordarme el porqué lo vi y me llamó
para matarlo. A medida que va saliendo voy eligiendo mis armas y métodos.
¡Necesito matarlo!
Y cuando lo veo por fin solo en una calle saco el
cuchillo. Su espalda, luego su cabello, sus orejas y su nariz, para terminar
con el lunar. No sin olvidar sus enormes ojos.
Ahora mis ojos brillan, ahora mi erección
estalla. Ahora debo matarlo.
Ahora me aproximo a cumplir el arte olvidado: el
arte de matar.
Negro ahora estoy más convencida de que eres un psicópata, pero a pesar de tu mente distorsionada debo felicitarte porque me convencías de tus ganas de matar y creo que logras transmitir muy bien la intención del mensaje.
ResponderEliminarPd: hace tiempo vi que lo habías subido pero me daba una paja enorme leerlo y ahora que tuve mas tiempo pude hacerlo, creo que me estaba perdiendo de una gran historia.
Pd2: recuerda que aún te quiero <3