Cristo mío

Me arrodillo ante ti para mentirte.
El contacto de mi rodilla con la gruesa tabla se expande hacia tu oído con eco. Me miras desafiante, con autoridad, casi  humillado. Y comienzo a rezarte. A inclinar mi cabeza hacia el suelo, a cerrar los ojos y a empuñar mis manos apuntando el cielo en forma de triángulo. Comienza una plegaria cínica, gregaria, con burla. Me río de pecar en tu rostro, de no creer en tu bondad, de no admirar tu sacrificio, de olvidar tu fe. No creo en tu figura de Hombre, aunque admito lo grandioso de tu metáfora. Y mis plegarias comienzan a escucharse en el templo como susurro mientras te imploro que aguantes mis mentiras, que encubras mis engaños, que justifiques mis pecados. Y mi rebelión no acaba: te miro frente a frente. Tus ojos son dominantes, pero los míos no se escapan. Y de pronto, un hilo de sangre navega por mi frente haciéndome cosquillas, te observo impresionado por tu atrevimiento. Me toco con mi dedo índice para comprobar el rojo de mi frente y ahí está; pero no te quito la mirada. Continúo con mi desafío y me empujas con fuerza la corona espinada en mi cabeza. Eres cruel, te miro. Y ahora sí el mar de mi sangre es navegable. Y no frenas tu hazaña: me clavas tu silencio en mis manos, me clavas tu venganza en mis pies. Y me miras bañado en sangre, aún arrodillado, con mis ojos casi rendidos. No esperas más: me haces cargar tu cruz; noto una leve sonrisa de triunfo en ti. Pero ya no te veo tan alto ni omnipotente, te veo lleno de odio, de resentimientos, de venganza, humillante. Pronto te vuelves palpable, mundano, humano; logro reducirte a mi nivel, bajarte, quitarte tu falsa pureza. Y dejo de rezar, Cristo mío. Soy huérfano de tu compasión. Te desfiguré, saqué tu velo y me convertí en tu demonio.

Comentarios

Entradas populares