Loca bala
Lo
juro. No tentó a la amortajada el menor deseo de incorporarse. Sola, podría, al
fin, descansar, morir. Había sufrido la muerte de los vivos. Ahora anhelaba la
inmersión total, la segunda muerte: la muerte de los muertos.
La Amortajada, María Luisa Bombal
Corro. Agitado entre el ensordecedor
encuentro del mismo motivo de ayer y anteayer. Sigo corriendo y me parece una
película mal diseñada porque cuando me agito no se muestra en primer plano mi
pavor, mi terror, mi miedo por lo que ocurre otra vez. Y es mala porque se
encasilla en la innecesaria realidad, en la eterna redundancia y en el
incontrolable sin sentido.
Te veo.
Y comienza la música de fondo. Como una
melodía que comienza suave, tanto como mi rabia al mirar ese cabello tan opaco,
sin proyección e inerte. Avanzo y el pum,
pum, pum resuena cada vez más fuerte. No pregunto lo que está explícito, no
disimulo cortesía ni autoengaño. La música de fondo crece, va en subida y ahí
me parece una película más clara, acorde a la situación. Más desequilibrada.
Ataco olvidando lo que eres y lo que soy. Seguramente deben ser los últimos
minutos, el clímax. Los oídos se ensordecen en esa melodía tensional. Atacas. Y
cambiamos el ritmo. No escuchamos alrededor: nos volvemos egoístas; te entrego
el espectáculo y tú no eres menos. Si fuera cliché le pediría al guionista que
pusiera lluvia, pero, como la vida misma, solo hay río de inmundicia. Y
paralelo, va adentro el detonante, se enfurece porque ya no más, porque basta,
porque es mucho y porque sí. Primer plano: su mano agarra un revólver. Otro
plano: sus lágrimas y desesperación. Sin pensarlo mucho el detonante camina
lento, pausado. Olvidó que mi hijo, que mi familia, que mi resistencia, que mi
dignidad y todo los que que alguna
vez se interpusieron entre ella, una bala y una muerte. Afuera, la escena está
en el clímax porque llueven gritos, arrasan las miradas y prima el rencor. Entre
la llegada del revólver y la resolución, no debió durar más de 15 segundos,
pero por motivos de tensión hay que alargar. Sigue la pelea. Sigo la pelea
afuera. En la misma secuencia sale ella con el revólver; sí se le mueve el
cabello al andar y sí suena una música temerosa de fondo porque se lo merece.
Forcejeamos los dos mientras el espectáculo va en alza. En los próximos
segundos ella debe tomar la decisión del disparo; la música y el primer plano
está en su punto máximo. Este momento es de ella, todos los momentos han sido
de ella, pero este es el final. Y yo
jamás me di cuenta de su salida; él tampoco. Avanza por fin hacia la salida,
que parecía eterna, como un túnel que ve la luz después de la desidia de años.
El público en dos segundos nota su accionar y parece querer evitarlo, pero hay
cosas que no se pueden evitar, menos cuando nunca se evitaron a tiempo. Yo estoy
de frente a ella. En los mismos dos segundos que el público intenta evitar, yo
pienso en mi muerte, en la futura dirección de esa bala contra mi pecho.
Reclamo injusticia, quise gritarte que estaba en tu defensa, que no me podías
disparar. Pero son dos segundos. Él está de espalda, esos dos segundos que
tiene no alcanza advertir nada más que su propia locura y su propia violencia
contra mí. Y aquí la película toma su vuelco, como buen guion. Aquí toma su
giro. Ella apunta la pistola, en los mismos dos segundos que el público quería
evitar lo inevitable y los que yo reclamaba. Lentamente su dedo presiona el
gatillo. En este instante la música se vuelve ensordecedora, casi nubla todo el
espacio y llena todos los vacíos. La bala en retirada con vuelo, humo y el
revólver, debido a la potencia, se proyecta hacia ella; al salir el disparo no
puede evitar el impulso hacia atrás. Y ahí estoy yo, y ahí está él, siempre de
espaldas a la bala. Recibe el impacto como quien inyecta un segundo de vida en
un cuerpo muerto, porque yo lo veo de frente, en primer plano, abrir los ojos y
sonreír. Te juro que fue así. Sonríe incrédulo porque nunca lo vio venir, nadie
lo vio venir. Su lánguido cuerpo se llena de energía para caer de rodillas,
apagar locura, suicidio y poder. Ella cae con revólver en mano, el giro ya
estaba consumado: disparó contra él. Mutiló su naturaleza, extirpó su vientre,
apagó el ciclo de la vida, el amor más grande. Yo la miro asustado,
cristalizado. Ella mira el cuerpo.
Parece acabar por fin, con un final digno. La música aún golpea fuerte, suena
en frenesí. La triada estaba concluida.
Se acabó, me dice. Se acabó, le repito.
La abrazo asustado mientras se enfría la bala que atravesó el cuerpo. Y por fin
se acaba esta pesadilla. Y por fin se acaba esta mala película.
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