Griselda

Griselda subió a la cúspide de la torre, se sentía lo más cercana al cielo y lo más lejana al suelo. Extendió sus brazos, concentró su mirada y bajó el telón de sus alicaídos párpados; sintió las suaves brisas de una mañana brillante, única y transparente, le recordaba constantemente el gusto que le daba mirar la cordillera a la mañana siguiente de una lluvia furiosa, de esas que exclaman fervientes lo inconcluso de los hechos. La transparencia de la cordillera posterior a la lluvia le informaba que, como pocas cosas en esta vida, la cordillera no ocultaba nada y se mostraba desnuda hacia quien quisiera observarla.
Avanzó con su cabello al viento hasta instalar la mitad de sus zapatillas cafés con flores y cordones de un excéntrico cuerpo. Tenía, como su mente, mitad de zapato en el aire y mitad en firme. Sus ojos de color marrón no podían visualizar el mapa a lo alto de la ciudad por el choque brusco del viento, además su cabello no ayudaba mucho en su objetivo tapándole la visual.
Tenía una piel que estaba en el nivel preciso de la perfección intermedia entre lo tostado y lo iluminado mientras que sus ojos, dicho de color marrón, hacían efecto con sus labios de color marrasquino sumado a una dentadura que estaba en lo ideal siendo no blanca totalmente. Su cabello es su mayor atención, su reliquia decía ella, tenía un tono preciso y extravagante con un color granate natural que nunca jamás nadie vio en la tierra.
 - ¡Un color granate y sedoso! Perfecto y jamás visto -decía su madre.
Griselda tenía todo para ser feliz y sin duda lo era. Era la mujer perfecta de la tierra, siendo la excepción de una humanidad imperfecta sin embargo, perfectible; ella no necesitaba el esfuerzo de la humanidad por perfeccionarse porque ya lo había alcanzado con sólo dar el primer latido.
Griselda quería volar. Griselda tenía la felicidad completa a medio paso, costara lo que costara.
Griselda impulsó su cuerpo hacia adelante, el viento conspiró en su ayuda y cayó.
Cayó.
Cayó al vacío interminable de la felicidad, estaba volando. Se sentía en un número indescifrable entre el cielo y la tierra. Se sentía feliz, realizada en un viaje con el optimismo, la satisfacción. Nunca le había costado buscar la felicidad porque siempre decía que estaba a la mano y claramente su felicidad estaba en el aire, en el vuelo.
Sonreía frenéticamente cuando caía con su pelo color granate, sus ojos color marrón, sus labios color marrasquino, con su piel y dentadura perfecta.
Griselda nunca terminó de caer, había encontrado la felicidad y literalmente estaba volando.

Comentarios

  1. ayy ! me encanta la felicidad de griselda :3, me recordo a Brida tu historia, te quiero agente del caos

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