El último vals

El qué bailen, qué bailen se propaga fugaz y sonoro por los recovecos de la antigua casa familiar que una vez más cobija la celebración de aniversario. Hubiesen cumplido veinte o cincuenta años de casados, y los hijos con los nietos lo pedirían con la misma efusividad que incentiva la permanencia de una tradición.

Entre recuerdos colgados en las paredes, el cálido fogón de media tarde y la expectación, doña Clara se apresura en levantarse del sillón marrón y estirar su mano para invitarlo al baile. La atónita mirada de su marido no solo la enfoca en los vidriosos ojos de ella, sino en la determinante y particular decisión de ganarle por primera vez la carrera de la cordialidad. 

Apenas se toman las manos temblorosas, se reencuentran nuevamente entre miradas furtivas, cómplices y longevas. Una sensación placentera y continua, que permanece por mucho tiempo después de cada baile. De pronto, la canción de todos los años inunda el espacio. Los hijos y nietos miran expectantes y en silencio.

 

Déjame bailar contigo la alegría linda del último vals…amor, amor. Vamos a vivir unidos en este minuto nuestra eternidad… amor, amor, amor…

 

Con la suavidad de la música, los pies de Clara y de su marido se despegan levemente del suelo y se comienzan a mover en sincronía. La misma que tenían cuando se besaban en las tardes ruidosas al unísono del caceroleo en la Plaza de Armas de Santiago. La sincronía cuando ambos se declaraban amor eterno en medio de la lucha panfletaria para derribar al Dictador. Giran sobre sí perdiendo gradualmente los rostros de los hijos y nietos. Al vuelo del baile y son de la música juntan sus cuerpos para abrazarse y que sus orejas queden pegadas. Mantienen los ojos cerrados deleitándose con el baile que tiene un gusto suave y romántico. Aún te amo, compañera, le expresa entre el susurro nostálgico de una revolución que permanece y la sonrisa picarona del coqueteo.

 

Déjame bailar contigo la alegría linda del último vals…amor, amor. Déjame mirar tus ojos recordando tiempos que no volverán…amor, amor, amor.

 

 Las miradas continúan y las vueltas no cesan. Él la ve bella y cansina, casi apoyada en su hombro, mientras la redondez pálida de su rostro dialoga con la sonrisa fotográfica que oculta el pesar del tiempo. Clara lo mira con la ternura de siempre, esa que la llevó a correr de su mano en el escape incendiario de un Chile asediado por la tortura. Siente que el tiempo es breve a su lado. 

Ya no escuchan el jolgorio exterior, por largos momentos continúan siendo el centro del espectáculo y viven del egoísmo autorizado. Clara lo abraza con la sutileza de siempre, acerca sus labios al oído y con voz tenue, suave y ligera suelta en el aire sus palabras: 

Tengo cáncer. 

 

Déjame bailar contigo la alegría linda del último vals…amor, amor. Déjame saber si es cierto que nada nos quita la felicidad…amor, amor, amor.

 

El anuncio llega asolapado en el ritmo de la música que poco a poco inicia su bajada. El marido intenta dar un paso hacia atrás, pero es agarrado por una fuerza humana que lo retiene y lo hace girarse nuevamente sobre su eje para seguir bailando. Continúa con cierta inercia. 

El pulmón, le dice Clara, mientras le suplica que no la suelte y que siga bailando.

 El ritmo es lento, con pasos breves que mantienen los brazos estirados y enlazados. Poco a poco vuelve a escuchar el ruido exterior y la felicidad de sus hijos y nietos que sonríen enternecidos. No entiende qué está pasando. Desea aferrarse ella y a sus labios; siente que aún no está preparado para lidiar batallas sin su amor ni tardes de septiembre sin el grito ensordecedor del y-va-caer. Desea unir su frente contra la suya y cerrar los ojos en la infinidad de la canción. Por primera vez dura más de lo que debería, lo que provoca que la brutalidad del viento en los constantes giros del baile le pongan los ojos vidriosos y nublados. Se cuestiona la idea de continuar la farsa: ahora la casa le parece vieja, anticuada y lejana. Quiere caer y no tocar suelo. Sabe que la muerte es compartida cuando se evoca desde el amor. 

 

Déjame bailar contigo la alegría linda del último vals…amor, amor…

 

La aferra con más fuerza en el último giro del baile. Ambos lloran clandestinamente.

 

…déjame saber si es cierto que nada nos quita la felicidad…amor, amor, amor.

 

Y de pronto, la música deja de sonar. Clara y su marido siguen abrazados. Todos aplauden muy contentos.  

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